En occidente existen documentos históricos o fuentes que atribuyen este don a la dinastía Merovea, quién bajo el reinado de Clodoveo (466-511 d. C.) logra unificar a las tribus francas y asentarlas en el territorio de la Galia, estableciendo la capital en París y abrazando al cristianismo apoyado por su mujer, Clotilde de Burgundia, quién insiste en la conversión del rey merovingio, luego de una serie de inesperadas victorias sobre las tribus germanas que fueron vistas por su esposo como producto de la acción directa del Dios único y verdadero.
A los descendientes de los merovingios, se les consideraban Reyes y cuando cumplían 12 años asumían como tales. Sin embargo, eran Reyes que reinaban, pero no gobernaban, lo que les valió el apodo de “Reyes Holgazanes”, porque delegaron todo el poder en los “Mayordomos de Palacio”, causa por la cual un par de siglos después de la conversión al cristianismo, el hijo de Carlos Martel, Pipino “el breve”, quién era Mayordomo de Palacio destrona al último rey merovingio y da origen a la dinastía Carolingia.
Por su parte, los reyes merovingios se dedicaban, a las artes esotéricas, lo que les valió el sobrenombre de Reyes Brujos o Taumaturgos y esto nos lleva a plantear que los Merovingios más que reyes eran sacerdotes. Esta condición los ha vinculado de manera tentativa a grandes enigmas de la historia, entre ellos el Santo Grial, que ha estado asociado a este linaje y se une a la hipótesis sobre una descendencia mesiánica de esta dinastía. Aunque hoy no se ha podido demostrar la relación merovingia con el Santo Grial, ni la supervivencia de esta mítica estirpe, son innumerables las teorías que existen.
Una de ellas asocia a el Santo Grial con el cáliz de la última cena de Jesucristo, otra nos habla que el mismo santo cáliz fue portado en su peregrinación a Inglaterra por José́ de Arimatea, otros lo consideran una la metáfora de un proceso alquímico de búsqueda personal y algunos hablan del secreto de una descendencia directa de Jesucristo. Muchos opositores ha tenido la última propuesta, entre ellos la Iglesia Católica. Sin embargo, una fuente histórica del siglo XII nos ratifica que vivían descendientes de Jesús en esa época, que se hable del tema o no sea muy conocida, no quiere decir que no exista.
Pero volvamos, hoy, a la Taumaturgia. Los reyes merovingios, si bien abrazaron el cristianismo, continuaron con una serie de prácticas, autorizados por la Iglesia, vinculadas a sus creencias y procederes de pueblos considerados bárbaros por los romanos. Entre ellas la poligamia y la práctica de magia, nos plantea Lelong que la magia era común a toda la sociedad de la época y que las clases dirigentes estaban convencidas de su poder y la latente amenaza que significaba. La magia negra fue incluso motivo de legislación entre los merovingios, si se envenenaba a una persona y esta moría debían pagar cierta cantidad de dinero diferente a si sobrevivía, también hay sanciones para quienes lanzan maleficios y consideran, también, las difamaciones o acusaciones falsas en el caso de llamar bruja a alguna mujer y no poder comprobarlo. En cuanto a la magia blanca los merovingios la utilizaban para mantener el statu quo, proteger cosechas y recuperar la salud, entre otras. En este punto se parecen a los egipcios que consideraban que toda la vida estaba dominada por la “Heka” o magia.
George Frazer nos plantea que el poder la magia y la medicina son ideas vinculadas a las civilizaciones primitivas proponiendo que la magia precede al poder político y que los magos, curanderos o hechiceros se convirtieron en reyes con el tiempo, esto es algo que pudo ocurrir en el caso de los merovingios sucedidos por los Carolingios y nos habla de esta dualidad presente en la época y como la capacidad curativa por medio de fórmulas “mágicas”, la imposición de manos o la simple presencia del “sanador” eran algunas de las aptitudes de los predecesores de la realeza sagrada que heredan los últimos.
El poder taumatúrgico, entendido como la investidura de poderes mágicos o celestiales, que eran concedidos a los monarcas por gracia divina y mostraba al resto de los mortales su carácter sagrado, nos lleva a hablar de realezas por gracia divina o reyes sacerdotes, como es el caso de los merovingios (que los vinculan al Santo Grial) o posteriormente a la dinastía de los Capetos, siendo el primero que se menciona poseedor de este don Luis VI, el gordo. Considerando que contaban con el apoyo del cristianismo que favoreció la figura taumatúrgica regia gracias a la figura de Jesús, quién en su travesía terrestre realizó curaciones individuales y multitudinarias, como recogen los evangelios, prueba de la manifestación de su autoridad divina, esta facultad para sanar el cuerpo, que forma parte de un modelo de santidad que encontramos en los testimonios bíblicos fortalece la figura regia de ese momento. Por ello, la persona que es portadora del don, que le otorga el acceso para tener una comunicación única con lo trascendente, se fortalece y toma relevancia positiva o negativamente, según las creencias de los coetáneos.
Aceptar la taumaturgia o la capacidad de curar con la imposición de manos, implica aceptar la existencia de seres y fuerzas sobrenaturales que pueden actuar en esta tierra y que nosotros somos canales entre el mundo terreno y el celestial, y esto será solo es creíble o entendible si se tiene un sistema de creencias compartidas como ocurre en el caso de la taumaturgia regia francesa que tiene una vigencia de ocho siglos.
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Referencias
Lelong, Ch. La vie quotidienne en Gaule l’epoque merovingienne, Paris, Hachette, 1963, pp. 201-202.
Frazer, J. La rama dorada. Fondo de Cultura Econímica, España, 1981, pp. 113-121.