A las doce de la noche del 24 de Junio comienza el día de San Juan, la noche del 23 al 24, considerada mágica desde tiempos inmemorables, invita a la realización de un sin número de ritos, sortilegios y encantamientos, por medio de los cuáles, según la cultura popular se pueden conocer sucesos futuros como nombre u oficio del posible novio, número de hijos, situación económica, condición de salud, etc. Es la noche que la imaginación da pie a un sin número de leyendas y donde perviven mitos, la flora y la fauna se personifican, adquieren propiedades benéficas; vemos a brujas en todos los sitios y espíritus malignos, las plantas salutíferas multiplican sus virtudes, el rocío cura enfermedades, antes del amanecer, y el fuego destructor de hechizos se convierte en sustancia purificadora uniendo el pasado, el presente y el futuro en un instante a la vera del fuego de las hogueras que representa el sol.
La magia está presente en todo, se respira en el aire a pesar de estar el sol en su clímax más alto o en su punto cúlmine, los hombres del hemisferio boreal realizan hechizos solares cuya finalidad es asegurar el abastecimiento de la luz del sol que inicia su declive, por ello de forma imitativa al sol y su calor se encienden fuegos, hogueras que traen a la tierra el gran manantial de luz y calor en el cielo. Se trata de bajar a la Tierra el Sol o elevar con las características purificadoras del fuego sagrado, custodiado por los hombres la vibración de la Tierra, para alcanzar el carro de fuego que lleva Prometeo con el fuego eterno.
Las hogueras cumplen un rol fundamental esta noche, nos conectan con el origen, con el fuego sagrado del Hogar, con nuestros orígenes cósmicos. El vocablo deriva de la palabra “focaria” que, a su vez, emana del sustantivo “focus”, que puede traducirse como “hogar” o incluso como “fuego”. Así, tal como lo indica la tradición el fuego nos ampara, nos da ese calor de hogar y la sensación de estar protegidos, acunados, además de cumplir la función de ahuyentar a los malos espíritus y purificar el alma. Por esto último, las hogueras comienzan a ser utilizadas como instrumento de expiación de los pecados durante la época medieval para quiénes se salían de la norma establecida por el Clero de la época.
La tradición cristiana se apodera de este culto primitivo y lo vincula a Juan Bautista ya que en la Biblia se relata que Zacarías, el padre de Juan ordenó encender una hoguera para anunciar el nacimiento su hijo. En este afán, cuando el emperador Teodosio, en el año 380, declara como religión única del imperio romano el cristianismo a través del edicto de Tesalónica, la festividad pagana donde se conmemoraba la leyenda del sol enamorado de la luna será sustituida por el nacimiento de Juan el Bautista. De hecho, la festividad de la cristiandad no coincide con la fiesta pagana del solsticio (21 de junio) ya que el nacimiento de San Juan Bautista se celebra el 24 de junio. De esta manera, a pesar de la ley impuesta por el emperador, los nuevos cristianos continuaron festejando los ritos vinculados al fuego, al igual que los que mantienen su paganismo, con la finalidad de alejar a los malos espíritus.
Si observamos la cosmogonía de los pueblos antiguos, en todas ellas encontramos un Dios a quién se le erigen templos e instituyen ritos mistéricos. La tarea de este ser superior era la de custodiar las puertas del cielo que en la antigua Roma se veía en Janus, quién es el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año. Según los romanos, este dios auguraba buenos finales. En su tratado sobre los Fastos, Ovidio caracteriza a Jano como aquel que él solo custodia el Universo, siendo el padre de Fontus, dios de las fuentes, cascadas y pozos. De esta cosmogonía se pudiera originar, tras la cristianización del imperio romano el sincretismo religioso que se produce en la fiesta de San Juan donde, además del fuego el otro elemento importante presente es el agua, ambos siempre presentes en los rituales primitivos, y donde se ve la clara sincronización que Jesús es el hijo del fuego, representado por el sol y por lo tanto su representante aquí en la tierra que viene al encuentro con Juan, que representa el agua, por medio del bautismo que éste le entrega y ofrece en las orillas del río Jordán y que marca el inicio de la vida pública de Jesús y por ende, su etapa final hacia el encuentro con la Fuente o el Padre de donde emana. De esta simbología y la similitud entre Janus y a Juan se mantiene la pervivencia de este rito ancestral. No debemos olvidar que, además los solsticios fueron llamados metafóricamente la puerta de los cielos y que mejor ejemplo de esa apertura cuando el sol vence a las tinieblas marcando en el hemisferio norte el punto cúlmine de la luz solar y en el hemisferio sur nos habla del triunfo de la luz sobre las tinieblas, un nuevo inicio, un nuevo año, un comienzo. Por ello, los pueblos aborígenes de nuestra región celebran su Año Nuevo en esta fecha, marcando el inicio de un. Nuevo ciclo, de igual manera cuando el Espíritu Santo desciende sobre el río Jordán, en forma de paloma, luego del bautismo de Jesús, anunciando una vida, pública nueva, y que mejor manera de los católicos de considerar el bautismo como el acto de purificación del pecado original cumpliendo este el mismo rol que el fuego purificador convocado por el mundo primitivo en sus hogueras.
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