Ernst Cassirer (Breslau, 1874 — Princeton, 1945) se refiere al hombre como un ser simbólico, que habita en un universo simbólico que se compone por el lenguaje, el mito, el arte y la religión. En este sentido Umberto Eco, en relación a la edad media, nos habla del alegorismo universal que se refiere a que los hombres de este tiempo ven que todas las situaciones que lo rodean, ocultan y revelan, de alguna manera, una realidad implícita pero oculta, algo que podríamos llamar esotérico. O sea, el hombre medieval más allá de ver un encadenamiento o unión natural de los acontecimientos, les atribuye un sinfín de significados que muchas veces le son difícil de comprender o develar, para ellos nada es lo que es en su simplicidad sino que hay algo más trascendente, a lo cual temen; es cosa de observar la reacción del hombre medieval al año 1000, y por lo tanto no quieren “enfrentarse” a ello porque la manera en que miran el cosmos, es una forma fantástica y misteriosa, muy parecida a la del hombre primitivo, donde el universo no es lo que se observa a simple vista sino lo que sugiere.
Lo descrito anteriormente, nos habla de una sensibilidad extrema, que si no es comprendida nos pone en pie de no conocer a la mentalidad de los hombres de la Edad Media y su actuar. De esta manera el simbolismo cobra una importancia relevante, especialmente si se da al interior del espacio construido para este fin, que es el espacio sagrado. Esto explica la importancia que cobra la construcción de las catedrales góticas durante todo el medioevo, que no sólo nos habla de querer lograr la cercanía a Dios, al cual temen, sino también nos hace comprender y captar la importancia que la espiritualidad tiene en este tiempo.
Si bien el espacio sagrado, los hombres del medioevo lo buscan en la exterior, nos lleva a afirmar que disfruta de la belleza sensible en todas sus manifestaciones y esta lo lleva a conectar con su mundo interior, ya que lo sagrado o lo trascendente será manifestado por medio de los símbolos que nos conectan con el poder creativo en sus múltiples dimensiones.
En consecuencia, lo simbólico tiene doble importancia en esta época, tal como lo podemos ver en la figura de Juana de Arco, de la cuál hablamos en un post anterior (https://maiadeluz.com/juana-de-arco-visionaria/), por un lado, tiene la función pedagógica -didáctica por media de la cual, el hombre iletrado de la época, adquiere ciertos conocimientos acerca de materias religiosas como las escrituras o profanas y, por otro, tiene una dimensión estética que apunta a la función de la creación y el gusto estéticos, a la belleza, que en éstos hombre sensibles ayuda a trasladarlos a diversos escenarios para que logren conectar con la Divinidad. Esta doble vertiente, que nos muestra lo profano y lo sagrado, se conquista porque no existía tanta distancia entre el mundo espiritual y la vida cotidiana en ese entonces. Estaban unidos, de manera indisoluble y esto permite al hombre de aquél entonces una convivencia sin igual con la Divinidad, claramente marcado por los preceptos de la iglesia, de ahí el inmenso poder que esta tiene por aquél entonces. Las dificultades que minaban alcanzar la salvación de su alma por su situación social, económica o familiar, acentuaba el temor de ir al infierno, por ello Le Goff nos plantea que por ello la iglesia busca la solidaridad en grupos o comunidades de las que participa porque así evita el quiebre de este modelo, ya sea por ambición o fracaso.
Pero estos hombres, que destacan por una sensibilidad especial, que viven en un ritmo concordante con los ciclos de la naturaleza, lo que nos lleva a afirmar que su paso por esta existencia está marcada con los olores de las estaciones, unido a la percepción de la luz de cada tiempo, ven su vida condicionada por los sones de la iglesia, por la estructura que marcan las campanadas e indican en el momento en el cuál se debe realizar la oración, buscando condicionar el intelecto desde las sentencias de las sagradas escrituras e incluso cayendo en interpretaciones convenientes, a través de lo cual en se coartaba la reflexión y la crítica.
Por consiguiente, la moral y ética que guían la cotidianidad se polarizan en la bueno y malo, produciéndose una disociación entre el alma y el cuerpo que habita, lo que se traduce que lo malvado y lo profano estará asociado al cuerpo y lo sagrado y bondadoso vinculado al alma, dando inicio a un fuerte proceso de secularización que llega hasta nuestros días y nos ayuda a explicar porque a este hombre medieval, empapado de sensibilidad única, le fue muy difícil encontrar la unión de su Ser con la Divinidad. Esto no desmerece que existan hombres que logren superar los temores impuestos por las castas dominantes y alumbren la época con su espíritu. Entre ellos podemos mencionar a San Francisco de Asís, Santa Clara de Asís, San Hildebranda de Bingen, San Bernardo de Claraval y, muchos que escapan a la esfera religiosa, como Dante Alighieri que dan a esta época una vibración especial donde los milagros y la barbarie conviven a diario recordándonos que lo humano y lo divino pertenecen a una misma esfera.
Un abrazo de Luz.
MAIA
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Muy interesante la lectura, saber más cada momento de nuestras vidas.
Gracias por la aLuz y sabiduría
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