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En relación con las formas simbólicas se puede argumentar que existen símbolos visuales y símbolos sonoros. Según el mundo hindú donde se puede observar primigeniamente esta visión los primeros corresponderían a los llamados “yantra” y, los segundos, los conocidos “mantra”. Estos dos se fundamentan en lo que se trata como ciencia del ritmo. El ritmo supone un orden cósmico donde los yantra se despliegan en la concepción espacial y los segundos, en la temporal. En consecuencia, su función nos acerca a las coordenadas históricas del tiempo y el espacio.

Teniendo en consideración lo anterior, se puede afirmar que los pueblos sedentarios desarrollan como prioridad símbolos visuales y, a partir de ellos, se originan las disciplinas correspondientes como pueden ser la arquitectura, escultura o pintura. Por otra parte, los pueblos nómades dan primacía a los símbolos sonoros, logrando el desarrollo de la música y poesía, que son más acordes al estado de continuo movimiento o migración que implica la esencia de su trashumancia. Por ende, los componentes de un símbolo visual se manifiestan en sincronía y los de los símbolos sonoros en progresión. Ambos suponen el sustento imprescindible de la meditación, función individual, en pro de llegar a la contemplación que es la capacidad propia de lo Universal en el centro del Ser.

En este caso es posible afirmar que el arte tradicional, en su más amplia variedad, tenia la función de ser el sustento de apoyo para llegar o alcanzar lo divino y, propiciar el encuentro con la divinidad, cometido que olvidamos en este mundo, suscitando que nos veamos como individuos, en nuestro desconocimiento o ignorancia, separados “del centro o lugar de origen del universo, lo que se traduce en la dificultad para saber o comprender cuál es el nuestro camino o misión de alma.

Las formas simbólicas tienen como designio captar los estados superiores del ser y asimilar la Luz pura de lo divino. En este punto en lo concerniente a gestos rituales, se puede afirmar que son éstos los que disparan el mecanismo para conquistar la conexión con el Ser Superior. Si nos fijamos, nuevamente, en la tradición de los pueblos de la India, los mudras cumplen con este rol, a la vez que se instituyen como una forma de lenguaje que implica movimiento y posturas.

El ritmo, o la ciencia del ritmo, que se ha mencionado en un párrafo precedente, toma de base el símbolo y, por añadidura, esta depende de la numerología. Ejemplo de esto es que todos los libros sagrados tienen su expresión originaria en un lenguaje que utiliza rimas, cuando la poesía, aún, no era una configuración individual de la literatura. Así el ritmo, da otro punto de apoyo para la expresión de los ritos con la intención de acceder a estados más elevados de consciencia en el camino hacia la Luz.

Como seres encarnados en esta dimensión humana, nos encontramos con la existencia de algunas condiciones que posibilitan nuestro acceso a la Luz como serían los símbolos visuales y sonoros. En el mundo contemporáneo estamos asentados en grandes centros urbanos, por lo cual el sedentarismo es lo que muchas veces nos caracteriza y por ello nuestra forma de conexión se produce con formas simbólicas visuales, de ahí la importancia creciente de las pantallas por su visualidad. Sin embargo, la velocidad con la cual nos movemos. de un lado a otro, nos podría invitar a conectar con la Divinidad por medio del sonido. En un estado de evolución espiritual, como en el que nos encontramos hoy como sociedad, sólo estamos capacitados para develar el reflejo de algunos y determinados aspectos de la Luz de lo Divino, plausibles en su configuración simbólica. Ya que deberíamos hacer renacer nuestra capacidad de ver y escuchar, estamos tan insensibilizados por los estímulos externos que muchas veces, con dificultad, percibimos los movimientos internos, desoímos lo que nos dice nuestro propio cuerpo porque no somos capaces de sentir y menos de oír y ver desde el interior hacia el exterior. ¿Cómo se pretende así conectar con la divinidad que habita, no sólo en cada ser y en nuestro entorno, sino que principalmente habita en el interior de nosotros? De cualquier forma, esta dimensión fractálica, a la que tenemos acceso, es la que nos expresa la infinitud y nos vislumbra como, de alguna manera, la totalidad en sí se ancla en esta realidad.

Considerando nuestra condición humana, que se mueve en las coordenadas del tiempo y el espacio, la Luz representada en estas dos dimensiones aniquila su esencia que está en nuestro espacio cósmico pluridimensional. Al poder, en nuestra existencia humana, solo vislumbrar la luz, tenemos una conjetura a través del velo que oculta la plena verdad. Es decir, tenemos acceso a la Luz de manera imperfecta, confusa y tenue, pero al ser reflejo, conserva su realidad esencial. Solo tenemos que sentirnos en el aquí y ahora para comprender su tremendo potencial.

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