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Cuando observamos al cielo, en la hora que sea, un gran gama de colores se presenta ante nosotros, pero, específicamente, los del atardeceres o amaneceres son los que más cautivan, en  general, nuestra atención. En ellos se presentan una gran cantidad de fenómenos lumínicos o nosotros somos más capaces de percatarnos de ellos porque, por una parte, en el crepúsculo transitamos de la luz a la oscuridad y, en el alba, se produce el fenómeno inverso.

En el caso de las culturas occidentales, los puntos cardinales aparecen repetidamente en la conceptualización y construcción de diferentes tipos de espacios simbólicos vinculados a los cambios de luminosidad que se producen. En un principio, dicha configuración respondía aparentemente a la definición de estaciones o períodos relacionados con actividades agrícolas y sus respectivos rituales. Muchos de los lugares rituales de la antigüedad fueron ideados por referencias astronómicas del horizonte.

En las culturas occidentales, la rosa de los vientos, que nos indica los 4 puntos cardinales, marca la aparición de diferentes emplazamientos de carácter ceremonial y considerados en la actualidad simbólicos, regidos por el contraste de la luz y la sombra en sus distintas épocas del año. Ejemplo de ello son Stonehenge en el Reino Unido, el templo de Amón-Ra en Karnac o el caso de Chichén Itzá.

En Grecia Antigua, el este tiene relación con la luz y el cielo, en tanto, el oeste se vincula a la oscuridad y lo terrestre. De esta manera muchos templos fueron construidos con este simbolismo, al igual que las iglesias medievales que estaban en dirección a Jerusalén o en el caso de las mezquitas con orientación hacia La Meca. La pauta de edificación en relación con la salida o puesta del sol está presente en todo el orbe terrestre.

Los sucesos anteriores nos llevan a una importante evocación, que nos habla de la importancia de la veneración al sol en el mundo antiguo. Sumado a esto, los primeros cristianos realizan una analogía entre el sol invictus y Cristo, presentándolo como sol salutis, que nace cada mañana por el oriente realzando la importancia del astro rey no solo como divinidad en si sino, también, como muestra perceptible de lo divino.

El concepto de tiempo solar, estudiado por Kepler, nos habla de un discernimiento del movimiento manifiesto del sol y como envía luz a todo el plano terrestre, en base a como se presenta en el horizonte visible, desde nuestra perspectiva antropocéntrica y localista. Lo que quiere decir que el sol iluminará a cada uno de igual manera pero la intensidad, color y luz que nos aporte o, como la captemos, dependerá de donde cada uno está ubicado geo referencialmente, pero a su vez, al ponernos nosotros como referencia, nos constituimos en el centro del Universo y el sol es el que se mueve en torno a nosotros aunque tenemos el conocimiento que somos nosotros los que giramos en torno al sol que se presenta como el centro del Universo

Lo anterior nos lleva a la visión mas antigua que simboliza tanto al sol como a lo divino y es la figura compuesta por un círculo con un punto central, donde el centro es el Espíritu, la unidad, de donde emana todo hasta la periferia, como el sol o nuestro corazón, mientras que el círculo es la Creación, la manifestación o multiplicidad. El sol junta  esas dos visiones por una parte, es la luz central de donde emite su radiación y que tomamos conocimiento de ella a través de sus rayos que iluminan a todas partes en forma de luz, al igual que nosotros que, al ser reflejo del Padre Creador Universal, representamos ese mismo movimiento que cuando sintonizamos con el sol se produce un doble movimiento, el reflejo de ir y venir, del sol a nuestro corazón,  tal como transitamos del amanecer al atardecer, por eso cada día, por la noche morimos en este plano terrestre pero renacemos en el encuentro con la divinidad y, al amanecer volvemos a nacer, pero en este plano para caminar un día más hacia el encuentro con el Padre. La belleza del atardecer, así entendida, viene dado por el soltar la vida terrestre, por el desapego a lo que amamos para reencontrarnos con nuestra propia esencia, con el Padre en el cielo y con la Madre Cósmica que nos acuna.

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