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Los egipcios antiguos creían firmemente en el poder de la magia al que llamaban el Heka. Para  ellos se hace necesario acudir a poderes no racionales para explicar lo cotidiano y esto hace que la Heka tome especial fuerza  presentando la magia  como una constante en su creación de mundo.

“Heka constituía la potencia benéfica que emanaba del sol. Pero esta energía era, además, el aliento intrínseco del que el difunto precisaba para defenderse de los peligros del Más Allá. Así mismo, este era el poder que ocupaba el demiurgo para crear al mundo. En resumen, la Heka, encarnada por el dios del mismo nombre, era, por tanto, un poder divino que los hombres poseían una parte después de su muerte, pero también en vida, gracias a ciertos conocimientos que le permitían disponer de este vínculo con la divinidad”.

Nada en el Universo se engendraba sin que estuviera alentado por esta facultad (HeKa). La propia existencia del Mundo era para ellos la demostración de la presencia de esta condición, por esto magia y medicina estaban estrechamente vinculadas. Los egipcios se resguardaban de las calamidades, especialmente de los hechizos y de la mala suerte, y aún de algunas enfermedades, por medio de talismanes a modo de ornamentos, la cruz de ankh, conocida como «la llave de la vida» o «la cruz de la vida», era la más utilizada entre ellos.

Existía una magia “estatal” u “oficial”, a cargo de la medicina y la sanación, de mantener la armonía del cosmos, de subyugar a los enemigos de la nación; pero también había, entre el pueblo común, personas que se dedicaban a los augurios, presagios, a la curación, y a realizar encantamientos protectores. Los razonamientos en los que se basa la magia ejercida por los sacerdotes y aquella a la que acuden los ciudadanos preguntando a magos, curanderos y videntes circunscritos en el lugar eran esencialmente los mismos y se empleaban tanto en situaciones extraordinarias como cotidianas.

La vinculación  entre magia y medicina se puede apreciar en la figura de Imhotep, Primer Ministro del Faraón Djoser, de la Tercera Dinastía (2664 a.C.), cuyo nombre significa “el que viene en paz” quién fue Sumo Sacerdote de Heliópolis, la ciudad del Sol, y un médico eminente, entre muchas otros dones que se le atribuyen. Su fama era tal, que se decía que no sólo curaba a los enfermos sino que también los resucitaba.

Los médicos compaginaban su sapiencia y erudición con sortilegios y oraciones al cielo y energías sobrenaturales. Podía un cirujano hacer una intervención ante una herida o traumatismo visible, aun así con los utensilios en la mano, imposibilitado de utilizarlos  ante una fiebre que indicaba una afección con dificultad de diagnosticarla por simple vista, se convertía en hechicero y practicaba los rituales, reservados solo para ellos en las fórmulas escritas en los libros sagrados que pronunciaban  cambiando la entonación de la voz, acompañada de oscilaciones del cuerpo.

Para la gente común, el médico era capaz de sanarlo todo, incluso el mal de amores. La atención se realizaba en la casa del paciente donde se establece un claro protocolo y ceremonial que va desde la presentación misma del médico, la “entrevista terapéutica” acompañada de la auscultación para establecer un diagnóstico, prescribir tratamiento en base a hierbas, miel, entablillados, según cada caso y pronóstico según la sintomatología. El doctor egipcio es también un mago, junto a la medicina natural aplicaban hechizos y ritos mágicos. No podía ser de otro modo si la Heka dominaba su idea del mundo

Por ello, hablar de magia en la vida cotidiana de Egipto, y en este caso en la práctica de la medicina, no resulta extraño, ya que la vida diaria de los habitantes del valle del Nilo estaba regida por una concepción indisolublemente vinculada al mundo religioso.

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