Una bula es un documento que emana desde el Papado, cursado por la Cancillería Apostólica y autorizado por el Papa por medio de su sello estampado con tinta roja que hace alusión a materias de Fe, concesiones de gracias o privilegios. En este contexto, el 1º de noviembre del año 1950, el Papa Pio XII proclama el dogma de la asunción de la Virgen en la bula Munificentissimus Deus (El Dios más Generoso) declarando a la elevación del cuerpo de María a la gloria celestial como un dogma de Fe. Esto ocurre porque la Virgen María sólo es mencionada en ocho ocasiones en el nuevo testamento, siendo su última aparición cuando se produce pentecostés, se especula que pasó el resto de su vida en Jerusalén y que durante las persecuciones se refugió junto a San Juan en Éfeso y otras ciudades. (Algunos autores plantean que paso su infancia también en Éfeso)
La verdad es que esta declaración, la del dogma porque no puede ser comprobada históricamente ni con testigos o documentos de la época al respecto, no nos habla de resurrección, sino que ratifica una creencia de siglos, que se observa claramente en la iconografía que acompaña a la figura de María desde antaño y, que representa la entrada de ella al cielo en cuerpo y alma, marcando una diferencia con el resto de las almas que verán su “cuerpo resucitado al final de los tiempos”.
El privilegio de ver glorificado su cuerpo aparece por primera vez en textos apócrifos, conocidos como “El paso de María” (Transitus Mariae), cuyos orígenes se sitúan entre los siglo II y III d.C., tal como plantea un documento del Vaticano, escrito por Juan Pablo II para su audiencia general del miércoles 2 de Julio de 1997, donde expresa que estas narraciones se tratan de “representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios”. Con estas descripciones en el siglo IV la celebración de la muerte de María se centró en la Basílica de Santa María en Jerusalén, sitio donde se encuentra su sepulcro. Sin embargo, fue el emperador bizantino Mauricio, que gobernó entre el 582 al 602, quién instituye la fiesta de la Dormición de la Virgen en todo Oriente, fijando su fecha de celebración el día 15 de agosto, al mismo tiempo que se comienza a dar en torno al sepulcro de la Madre de Dios, la creencia de que en este lugar ocurrían sanaciones milagrosas que son narradas por San Modesto en sus homilías.
San Modesto (de Jerusalén) quién restauró los templos en los Santos lugares luego de la invasión persa a Palestina en el año 600 fue quién reconstruyó el templo del Santo Sepulcro, posteriormente el de Getsemaní o el Huerto de los Olivos y, por último, el Cenáculo. En uno de sus textos se refiere a María como la engendradora de la vida para todos, la presenta como una emigrante hacia la luz verdadera, que había nacido del Padre antes de los siglos, afirmando que ella se encuentra en la gloria de Dios porque una vez cumplida su tarea en esta tierra su vida se encamina a la vida eterna y, por ello, fue elevada a en cuerpo y alma a los cielos. Una vez que llevó en su seno la perfecta divinidad del Hijo y que gracias a su acto de amor Él nos colmó de todos los dones y bienes debajo del cielo.
San Modesto, nos indica que María al ingresar al Reino de los Cielos, ingresa a la Unidad, que describe como un estado subyacente que, a su vez, es la realidad fundamental que sostiene todo lo demás. De esta forma María, como novia, es trasladada a la Jerusalén Celeste, a la cámara nupcial, donde retorna a la Unidad luego de recorrer su vida y ser la “nave espiritual, portadora de Dios” . Por esto y haciendo una alusión a la Santísima Trinidad, San Modesto indica que esto ocurre porque ella permitió que el verbo se encarnara en ella y naciera a la vida terrena (por obra del Espíritu Santo) y, por ello el Verbo le concedió un cuerpo glorioso e incorruptible, glorificando así a su Madre, que se sienta al lado de Él.
En la Asunción de la Virgen se nos presenta una realidad única en la relación cuerpo – alma, ya que son asumidos como una unidad, donde el cuerpo no es una prisión para el alma, ni un obstáculo para la perfección, sino que se presenta como un vehículo. Esto tiene mucha importancia ya que Platón plantea que la redención que equivale a la liberación del alma que se produce al separarse del cuerpo. Esta noción de la Asunción de la Virgen, nos habla de la importancia de nuestro propio cuerpo, en esta dimensión y que gracias a él es que podemos evolucionar a niveles superiores de conciencia, lo que también nos recuerda la perfección de cada cuerpo para cumplir la misión del alma.
En los documentos patrísticos, es decir en los textos donde se observa el pensamiento, doctrina y obra desarrollados por los Padres de la Iglesia, hasta el siglo V se plantean dos visiones diferentes, por una parte tenemos los testimonios que dudan y niegan la muerte de la Virgen como el de San Epifanio que nos indica que nadie sabe cuál fue el fin terrenal de María y el de Timoteo de Jerusalén que afirma la tradición de la inmortalidad de la Virgen en los siglo IV-V en la iglesia de Jerusalén. Por otro lado, Jacobo de Sarug, Severiano de Gávala y San Agustín no dudan de la muerte de María como todos los hombres.
Desde el siglo VI se celebraba en Jerusalén una fiesta en honor a la Madre de Dios, que probablemente hacía alusión a la consagración de una Iglesia en su honor, un siglo después encontramos esta fiesta extendida en todo oriente bajo el nombre de la Dormición de Santa María, esta celebración conmemoraba su paso por este mundo y la asunción al cielo, pero de una fiesta del fallecimiento de María, propiamente tal, no hay datos hasta este momento (siglo VI) donde influyen los textos apócrifos que circulan por la época para su creación.
Existen diferentes tradiciones acerca de lo que ocurre con María después de Pentecostés, Hipólito de Tobas plantea que su vida duró hasta los cincuenta y nueve años, unos afirman que murió en Jerusalén, otros en Éfeso. Recién a fines del siglo VI se comienza a hablar del Sepulcro de María, se comienza a ubicar su casa, luego su casa pasa a ser el Sepulcro, otros indican que María vivió en la casa de San Juan, que era la casa de los padres de este y un sinfín de historias. De estas es importante destacar a Gregorio de Tours que rescata la tradición oral, que es paralela y constante a los apócrifos.
Esto nos permite afirmar que en Oriente se ha conservado más intacta la tradición, conservaron la historia de los dogmas invariable, al estar fuera de Roma. La tradición de oriente pasa a occidente gracias al Papa Sergio I (687 – 701) quién recuperando una frase inspirada en un texto bizantino plantea en la oración Veneranda nobis del sacramentario Gregoriano que la Virgen “experimentó la muerte temporal pero no pudo ser retenida por los lazos de la muerte”.
El interés que muestran los textos apócrifos por la Virgen María, es reflejo del manifestado por los contemporáneos, no solo por su muerte sino también por su traslación al cielo. No es necesaria la espectacularidad de los apócrifos o comprobar el sepulcro vacío, San Juan evangelista puede que lo haya conocido y que sus visiones de la Mujer vestida de Sol, con la luna bajo sus pies, descrita en el apocalipsis sean la imagen de la gloria de María entrando al cielo contemplada por su hijo espiritual.
La verdad concreta es que históricamente no tenemos fuentes para demostrar la muerte o no muerte de María porque no existen testimonios de los contemporáneos, pero se puede argumentar por la tradición oral y la liturgia de la fiesta de la dormición que se celebra en Jerusalén desde el siglo VI y que en el siglo VII se establece en Roma con el nombre de Asunción de Santa María y que viene a ser ratificado por el dogma de Fe proclamado por Pio XII que María llega asumpta al cielo y que en este tiempo nos recuerda e invita a elevarnos a la quinta dimensión en cuerpo y alma, de que es posible al cumplir y realizar nuestra misión terrena con Amor Incondicional.
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