Las estrellas siempre han estado a disposición de nosotros, aunque constantemente hay muchas de ellas naciendo y otras apagándose, de facto nos nutrimos gracias a una de ellas, el sol. Las estrellas son bolas de gas esféricas, que en su centro producen las condiciones de presión y temperatura para que se produzcan reacciones nucleares que liberan grandes cantidades de energía.
Los fotones que son la manera por medio de la cual las estrellas emiten su energía corresponden a partículas sin masa que viajan a la velocidad de la luz en diferentes amplitudes de ondas del espectro electromagnético, siendo la mayor parte de ellos visibles y el resto es emitido como ondas de radio, radiación ultravioleta o infrarroja, rayos gamma o rayos X.
La luminosidad, el color y la vida de las estrellas que observamos en el cielo varían según la cantidad de gas que incorporó en su formación y su edad, esto se conoce con el nombre de secuencia principal de las estrellas, que por lo general dura unos 10 mil millones de años. Esta secuencia nos habla desde el nacimiento de una estrella hasta que ésta se apaga y nos señala que, casi todas, las estrellas nacen azules y brillantes producto de la alta temperatura que alcanzan al inicio para que, con el paso de millones de años de estar realizando actividad nuclear en su centro, gastando su combustible, se enfríen y modifiquen su color desde el azul al blanco, pasando por el amarillo, el naranja hasta llegar al rojo que nos indica su extinción.
Existe una tipología de estrellas, a siempre vista parecen inmutables pero al estudiar su luz se puede observar que cada una ha seguido un camino evolutivo diferente, que cada una tiene sus propias particularidades y por ende sufren cambios con el paso del tiempo.
Las estrellas son piezas fundamentales en la estructura del universo, y contienen una parte importante de toda la materia existente que podemos percibir, ya desde tiempos antiguos el hombre primitivo las observó, se fascinó con ellas y las siguió. En la era glacial, los hombres de la edad de piedra hacían incisiones en huesos de animales para representar las fases de la Luna, así mismo la caza y la recolección de alimentos era guiada porque se conducían por las estrellas, junto con que éstas les ayudaban a predecir los cambios de estación. Probablemente, esta cercana relación con el firmamento les permite el desarrollo de la agricultura, donde los sacerdotes-astrólogos egipcios, predecían los desbordamientos del Nilo prestando atención a la fecha en la que la estrella Sirio salía justo antes que el Sol. Así mismo, veían dibujos en las estrellas: Orión era Osiris, el dios de la muerte, y la nutricia Vía Láctea representaba a la diosa Nut, la diosa del cielo, dando a luz al dios del Sol, Ra.
Serán los sumerios quiénes dieron nombre a las más antiguas constelaciones (Leo, Tauro y Escorpio) en concordancia con hitos importantes agrícolas en la vuelta anual al sol. De esta forma, las estrellas orientaban el estilo de vida de las primeras civilizaciones, a tal grado que incluso lo deidificaron, lo que también se observa en la mitología griega y en el panteón romano. El principal cúmulo de estrellas que llamó la atención de todo el orbe antiguo y las civilizaciones como la Azteca o los pueblos nativos americanos son las Pléyades.
Las siete hermanas, ubicadas en la constelación de Tauro, próximas a nuestra Tierra hacen que sean visibles a simple vista, claro lejos de las luces de la ciudad, en una noche despejada, por eso los antiguos habitantes de la Tierra las reconocían con su característico color azul claro, así la luz de su estructura cósmica marcó para siempre a la humanidad. Quizás, desde tiempos remotos y, dada su cercanía a la Tierra, este grupo de estrellas, en representación de todas, nos viene recordar la cercanía que tenemos con otras dimensiones y nuestra unidad con el Cosmos y la Divinidad. Nos invitan a observar el firmamento para recordar nuestro origen y destino: Lo que es arriba es abajo, por lo cual somos estrellas que vienen a iluminar esta Tierra, por esto estamos constituidos de polvo de estrellas, para recordar nuestro origen cósmico y nuestra chispa divina, ya que nuestro brillo, al igual que el de las estrellas, se debe con una serie de procesos alquímicos que se producen en nuestro centro Crístico para otorgarnos vida y dar luz a nosotros mismos y a los que nos acompañan en este camino.
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